Siempre tendré en mi recuerdo la actitud de la generación de mis padres,
personas que hoy están rondando los ochenta.
Han sido personas que empezaron trabajando muy jóvenes para sus padres, sin
escatimar esfuerzos. Les tocó vivir una situación muy dura derivada de la
posguerra lo que les hizo ser austeros y ahorradores por lo que pudiera venir
después.
Compraban cuando tenían las perras y si no se esperaban a tener esa
bicicleta que se necesitaba para ir a trabajar a Abejar yendo mientras, andando.
Guardaban siempre con sumo cuidado esa ropa para los Domingos y esos
zapatos lustrosos para cuando la ocasión lo requiriera, usando esos pantalones
a veces llenos de pedazos para el día a día.
Trabajaron siempre pensando en que sus hijos tuvieran más oportunidades que
ellos, que fueran más que ellos en la vida y que no tuvieran que trabajar tanto
como ellos. En ese sentido nunca fueron egoístas. Nos dieron todas las
oportunidades que pudieron, otra cosa es que nosotros las optimizáramos en su
aprovechamiento.
Su esfuerzo en una gran mayoría de los casos mereció la pena.
Fueron personas honradas, con unos valores muy arraigados. Fueron pobres,
pero honrados y jamás tuvieron que agachar la cabeza ante nada ni nadie.
Y hemos llegado nosotros, que interpretando mal sus deseos hemos sido
partícipes de una sociedad donde el esfuerzo no se premia, donde se premia la
mediocridad, donde nos engañamos formando a nuestras criaturas pensado que
después la vida les dará las mismas oportunidades vayan o no preparados.
Como ellos ahorraron nosotros nos hemos vuelto egoístas a veces con su
consentimiento, abusando de su ayuda hasta llegar al punto de exigirles un aval
bancario que puede hacer que después pierdan todo aquello que les ha costado
tanto conseguir como les ha ocurrido a muchos. Y eso de “tú gasta que para eso
están tus padres” se ha convertido en una trampa con muy difícil solución.
Nos hemos creído los reyes del mambo con aquello que no era nuestro y ahora
estamos pagando las consecuencias con creces. Nos creíamos que podíamos viajar,
disfrutar de ese mejor coche, esa casita en la playa o en la montaña, ese ritmo
de vida que a larga nos está destruyendo, a nosotros y a ellos también.
Simplemente son las consecuencias del derroche. Y que conste que los bancos
han jugado a la perfección su papel ofreciéndonos aquello que sabían que a lo
peor no podríamos devolver.
Pero por lo menos hemos seguido siendo honrados y no como otros. Cuando leo
o escucho todo lo que está pasando en este santo país pienso si en verdad no se
ha competido para ser el más chorizo, el más ladrón o el más sinvergüenza. Las
enseñanzas de nuestros mayores se han ido al carajo.
Además de lo ya comentado, y por si fuera poco, aquí está nuestra generación, la generación estúpida, los que hemos
trabajado mucho desde jóvenes, a los que no ha llegado prácticamente ninguna
ayuda social, los que no sabemos cuándo nos jubilaremos y en qué condiciones,
los que trabajamos en su día para nuestros hijos y ahora seguimos trabajando
para ellos ya que con treinta años no han dado un palo al agua y a los
cincuenta ya son viejos, los que en definitiva sufriremos de manera directa los
desmanes y las corruptelas de los demás.
¡Qué Dios nos pille confesados!
Tienes razón, nuestros padres han vivido una época difícil, pero desde luego nosotros no nos hemos quedado atrás, porque lo que hemos trabajado es y será para nuestros hijos, que tienen que dar gracias por ello, aunque ahora se sientan mal por no tener trabajo ni cotizar para algún día jubilarse. Afortunadamente, tendrán lo que les toque...
ResponderEliminarAbrazos