sábado, 28 de marzo de 2009

Prediciones


Añoro tiempos pasados donde quedaba algo a la improvisación, al qué pasará ahora, al con que me encontraré.
Todo ha avanzado a un ritmo espectacular. No hace demasiados años, cuando esperabas una criatura, se vivía con la incertidumbre de si sería niño o niña, hasta que no le veías las orejas, no sabías si le tenías que poner los patucos rosas o azules, ahora, incluso puedes elegir el sexo y la cantidad antes de concevirlo. Qué aburrimiento.

Con la climatología pasa algo parecido, con tanto satélite ya casi no se equivocan con las previsiones, y por eso, este fin de semana que queríamos hacer una buena barbacoa y calçots, pues nada, a suspenderla, con lo bonito que hubiera sido empezar la faena con sol y acabarla con paraguas. Recuerdo, incluso mucho antes que Mariano Medina fuera el rey de los partes, como mi padre y otros hombres de mi pueblo predecían casi sin error el tiempo que haría al día siguiente, sólo observando el cielo y las puestas de sol. Dependiendo de si había marañas o no, se sabía si el día siguiente sería un buen día de trilla, o mirando la luna si había que proteger a los tomates del huerto de la helada que caería. Lógicamente existía el margen de error y ahí estaba la gracia. Hoy todo eso se ha roto. Qué aburrimiento.

Y no te cuento si hablamos de la programación de televisión. Era una aventura el colocarte cada noche delante de ella. Recuerdo que la primera que compraron en casa era una Fercu, en blanco y negro, para más señas. Sólo se sabía el día que ponían Estudio 1, que tanto le gustaba a mi madre. Cenando te encontrabas con sorpresas y eso que sólo había dos cadenas. Hoy con tantas, ya se sabe que nos podemos ir a la cama a las diez o tragarnos los donde estas corazón, los supervivientes de turno o lo que es peor todavía, los grandes hermanos o la noria. Soy consciente también de que si proliferan es por que tienen audiencia. A ver si alguna noche alguna cadena contraprograma y nos sorprende con una buena peli, de lo contrario, cuando miras la penúltima página del periódico de turno, ya sabes que te espera otra noche aciaga. Qué aburrimiento.

Por cierto son casi las diez de la mañana de este sábado de Abril, he mirado por la ventana y está lloviendo. Qué aburrimiento.

domingo, 15 de marzo de 2009

En chichotas


Había dormido mal. Ya llevaba meses que le costaba conciliar el sueño. Y además se despertaba cada dos por tres. Ya desde muy joven meditaba antes de dormir. Pasaba revista a lo vivido. A veces se conformaba con el día a día. A veces rebobinaba hasta el infinito. Por el escaparate de su mente iban pasado diferentes personajes y situaciones que llenaban a rebosar toda la memoria virtual de su disco duro, y claro, dormía fatal.

Pensaba en su niñez. Le parecía mentira que algo tan lejano estuviese tan próximo. Se acordaba de sus primeras idas y venidas a la escuela. Era pequeña y destartalada, pero podía revivir con todo detalle aquella habitación el el primer piso, con unas mesitas colocadas una detrás de otra. Eran pocos niños. Escribían sus primeras letras en la pizarra, con el pizarrín. Después todo cambió, en la ciudad las clases eran grandiosas. Se sentía tan rodeado de compañeros que añoraba lo pasado. Todo iba muy rápido. Los domingos casi siempre estaba de mal humor. Eran víspera del fatidíco lunes. Siempre había sido un gran problema ir al cole sin haber estudiado lo suficiente. Le preguntaban casi cada día la lección. Y recordaba ese ir y venir de sotanas. Esas tardes enclaustrado en la habitación haciendo como que estudiaba. Así todo funcionaba mejor. A veces le rondaban por la cabeza aquellos caballeros de la triste figura, que con sus insultos y prepotencia hacían que todo aquello fuera más difícil todavía. Eran los más fuertes. Eran los más cabrones. Y a quién se quejaba?. A él mismo.

Pensaba en su adolescencia. Llegó casi sin preguntar. Y casi sin despedirse se fue alejando para dejar un mar de dudas. Se acuerda de esos granos que poblaban todo su territorio. Se acuerda de esa cazadora vaquera y esos pantalones de campana. Se acuerda de sus primeras novietas. O al menos eso pensaba que eran. Luego significaban muy poco en su vida. Igual que llegaban desaparecían. Jamás hubiera pensado lo complicado que era un proyecto de mujer. Hasta que topó con una, real, de carne y hueso, y llegó a la conclusión que el entenderla era todavía más complicado. Pero como a todo te haces, se acostumbró muy rápido a esos paseos por el Soto Playa. Por la falda del Castillo. Por el Collado. Por el alto de la Dehesa. A esos bailes en la discoteca Alameda, entonces ya sonaba el "pero sigo siendo el rey" y "están clavadas dos cruces en el monte del olvido". A esos primeros contactos, a esos primero roces que electrificaban todo su ser. Le costaba separarse de ella. Había sufrido como casi todos el poder amagado que ella tenía. No sabía porqué, pero estaba a su merced. Y así le fue. Ahora se daba cuenta de todo. Había luchado contra alguien bien armada, totalmente desarmado. Era como enfrentar a alguien con armadura medieval contra alguien, desnudo, en chichotas. Él era el que estaba en chichotas. No sabía la razón pero todo aquello le gustaba. Esperaba y esperaba, mirando el reloj cada tarde, para ver cuando esa manecilla más corta marcaba las seis. Y el banco Bilbao empezaba a tomar protagonismo.

Ya ha transcurrido mucha vida. Años y años. Años y años de compartirlo todo, lo uno y lo otro. Los hijos y sus problemas. Los hijos y sus preocupaciones. Los hijos y ese vivir sin vivir. Los hijos y sus desvelos. Los hijos y su falta de… . Los hijos y sus satisfaciones.

Y hoy, después de tantos años de convivencia, de haberlo compartido todo, de haber notado juntos el paso de la apisonadora del tiempo, todavía se mira al espejo y se ve desnudo, desvalido, en chichotas, cual gurriato, recien salido del huevo. En manos, afortunadamente, de ella.

sábado, 7 de marzo de 2009

Amistades


Ya no le miro como antes. Ahora trato de evitarlo. Si no me queda más remedio, le dirijo una mirada de soslayo, con el rabillo del ojo. Antes nuestra relación era profunda. Sólo con un guiño cómplice nos entendíamos. Sabíamos todo el uno del otro. Una simple sonrisa nos delataba. Nos conocíamos tanto ya, que ese gesto, esa mueca era suficiente. No pasábamos muchos ratos juntos y eso hacía que todavía nos deseáramos más.
Desgraciadamente todo ha cambiado. Ya no le necesito tanto. Puedo pasar horas y hasta días sin mirarle a la cara directamente. Pienso que desde que he comenzado el régimen, esta jodida dieta que me está matando, ya no le necesito. Ahora me afeito, me lavo la cara y me peino sin mirarle. Creo que he perdido un amigo.

Espero recuperarlo en breve como ya he hecho con la báscula. Antes llegué hasta a odiarla. Sólo era rozarla, y la muy zorra, se ponía tan nerviosa que subía y subía sin control su coqueta agujilla roja. Estoy seguro que lo hacía por celos, por fastidiarme. Ahora ya casi hemos hecho las paces. Para que no vuelva a las andadas, de vez en cuando la acaricio y le dedico unos minutos, no cada día, que sería acostumbrarla mal. Procuro estar con ella, sin que se entere mi mujer, por lo menos una vez a la semana. Me gusta colocarme yo siempre encima, para que se sienta protagonista y no me vuelva a ser infiel.
La puedo considerar ya como una amiga casi recuperada.

La que no me perdonará nunca es la Pura. No hace mucho me la encontré por el Collado y después del saludo correspondiente y los besos de rigor no se le ocurrió otra cosa que decirme:
-¡Jolines majo, cómo te has puesto de gordo!.
Me quedé mirándole. Se quedó mirándome. Y pensé:
-¿Porqué ella es tan sincera y yo tan educado?.
Y sin pensarlo dos veces le contesté:
-Pues yo a ti te veo cada día más vieja, con más arrugas que nunca. Se ve que el tiempo no pasa en valde y está haciendo estragos. Cuídate Pura.
Y lo peor es que era verdad.
Dio media vuelta y todavía estoy esperando a que me diga adiós.

Otra amistad perdida.

Espero que ésta sea ya última.