martes, 28 de diciembre de 2010

Tabaco


Estoy contento. En menos de una semana entra en vigor, por fin, la ley que prohibe fumar en sitios públicos sin distinciones. Lo siento por los fumadores, pero les recuerdo que su libertad acaba en el momento que comienza la mía. Ya era hora y más en Soria. Soria es una ciudad pequeña, en la que encontrar ese ratito de encuentro con los conocidos pasa, aún sin querer, por entrar en el bar. Son muchos los momentos que sales a dar una vuelta y siempre acabas en los bares. Los bares son lugar de encuentro, sitio donde matas parte de esas largas y frías tardes-noches del largo invierno que no sabes ni qué hacer ni dónde ir y acabas como rutina en uno de ellos. Juegan un papel importante socialmente hablando.
Muchas veces te duele ver a esos papis con un par de churumbeles que no pasan de los tres o cuatro años chupando sin proponérselo el humo de los pitillos de los demás. Ahora, al igual que cuando se prohibió fumar en los diferentes lugares de trabajo, la gente se tendrá que acostumbrar a echar esa partidilla de cartas, ese vinito o esa caña sin la compañía del cigarrillo.
Los propietarios están que echan humo, piensan que la clientela menguará. No se paran a pensar lo que ellos mismos y sus trabajadores ganarán en salud dejando de llenar sus pulmones unas veces con el humo propio y otras con el ajeno.

A partir del día dos de Enero todo cambiará. Podremos entrar en un bar y no fumar sin ser fumadores. Que me perdonen los que no pueden pasar sin el tabaco.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Hotel Comercio


Recuerdo mis años de estudiante. Por aquel entonces se trabajaba y se estudiaba. Trabajé en muchos bares y restaurantes en épocas estivales y dependiendo de los horarios durante todo el año.
Recuerdo, de entre todos, muy gratamente, el Hotel Comercio, estaba ubicado en la Plaza Mariano Granados, en lo que hoy ocupa la sede de Caja Duero, regentado por la Señora Pascuala, mujer campechana, dicharachera y buena. Incansable, siempre entre los fogones de leña, daba al local un ambiente único y genuíno.

Recuerdo a los que diariamente iban a comer, siempre a la misma hora y en la misma mesa, los Señores Edo, un matrimonio super educado y cauto, la Señora Manolita, los chóferes y cobradores del coche de Logroño, que por cierto fueron ellos los que me aficionaron a esas alegrías riojanas que a veces te hacían llorar, diferentes representantes, como uno de Madrid que después se pasaba temporadas con su madre hospedados en el hotel, me vendió uno de los primeros relojes con dígitos que se vieron por Soria, enseguida se escacharró pero no veáis lo que pude fardar con el peluco en mi muñeca derecha.

También recuerdo como el día que había merluza, al llegar la clientela la Sra Pascuala agarraba ese merluzón fresco, que casi daba coletazos, de 10 ó 12 kilos, se los echaba al hombro y le daba un paseíto por todo el restaurante, mesa tras mesa enseñándosela a todos. La primera vez sonreías por la ocurrencia, después ya lo veías como algo normal. Hacía un pollo con tomate natural que no parecía pollo, estaba exquisito y del cordero al horno no sigo porque me estoy empezando a ahogar con la saliva. Todo un lujo el haberla conocido y el haber trabajado para ella. Eras uno más de su familia y como tal te trataba. Buenos recuerdos.

Por aquel entonces cada verano venían una treintena de americanos con el Sr. Franco al frente. Eran un grupo de estudiantes yanquis que pasaban todo el verano en Soria estudiando castellano, aprovechaban su estancia para asistir a clase por la mañana y empaparse de la cultura y la sociedad soriana por la tarde. Por cierto me propusieron una estancia de unos meses por Estados Unidos a gastos pagados para que yo también pudiera aprender in situ el inglés y yo, tonto de mí, decliné la invitación, algo de lo que me he arrepentido toda mi vida. Estudiaban literatura y entre los autores a Bécquer, que si cayó por Soria embrujado por el páramo soriano como Machado y Gerardo Diego, que si se casó con Casta Esteban, que de casta no tenía nada más que el nombre, que si desde el Monasterio de Veruela escribió Cartas desde mi celda, que si sus rimas son una maravilla que periódicamente hay que releer, que si algunas de sus leyendas están ambientadas en la geografía soriana, como Los ojos verdes, El rayo de luna, La promesa o El monte de las Ánimas.
Y era esta última la recreaban una noche concreta de Agosto en el mismo monte de las Ánimas, allá a las doce de la noche con linterna en mano leían pausadamente línea a línea la leyenda. Me contaron que un año al llegar al apartado en el que irrumpen los templarios con sus huesos descarnados y desnudos aparecieron también un grupo de cachondos jóvenes cubiertos por sábanas que habían tenido la feliz ocurrencia de darles un buen susto y ya lo creo que lo consiguieron, huyeron despavoridos corriendo hasta la ciudad sin atreverse a mirar una sola vez para atrás. Al día siguiente todavía estaban blancos. A pesar de la anécdota cada año volvían a repetir la lectura de la leyenda en el mismo lugar, eso sí con centinelas apostados en la ladera.

Después el tiempo ha ido pasando, y de vez en cuando te hace revivir anécdotas como las comentadas.
En otra ocasión os contaré mis vivencias en el Viena, con Adolfo.