martes, 29 de septiembre de 2009

Torrenillos



Si hay algo que me gusta de la gastronomía soriana son los torrenillos. Yo les llamo, como mucha gente de por aquí, torrenillos en lugar de torreznillos que según parece es como se deberían de llamar.

Ese salir de casa matutino y percibir el olorcillo que se nota cuando te aproximas a determinados bares de Soria hacen de ello una tentación irresistible. Hay mañanas que Soria huele a torreno.

Los que más me han llamado la atención siempre son los de la ventana del Mesón Castellano, en la plaza Mayor, pero sin duda los que me trinco con más ganas son los del Zafiro, cerquita de la barriada. No son tan sofisticados, en lugar de partirlos alargados lo hacen más en cuadradito, pero están de maravilla, ahora cuando os lo estoy describiendo de me está haciendo la boca agua, esa cortecita crujiente, ese magrito en su punto ya me hace salivar.
Sabéis que el torreno no es ni más ni menos que la panceta del cerdo frita, pero no de cualquier manera, se ha de hacer con tiempo y con mucho tiento, si queremos que estén en su punto. Algún día os explicaré mi secreto, ese que deja maravillados a mis amigos cuando nos juntamos allá por Torredembarra a celebrar la sorianada de cada año.
Pues bien, según he leído, la Asociación de Fabricantes de Torrezno de Soria, compuesta por doce empresas del sector cárnico, tiene su mérito que el torreno haya sido capaz de unir a tantos competidores, y en Soria, donde ya tres son multitud, están estudiando la posibilidad de lograr la Marca de Garantía para el torreno de Soria en una de las acciones enmarcadas en el proyecto 'Saborea Soria'. No está mal la iniciativa.
Parece que finalmente, no será viable ya que, según he leído no contó con el beneplácito de la Junta al no cumplir varios requisitos, como el que no hay bibliografía que demuestre que el torreno es típicamente soriano.
Sea o no producto típicamente soriano, el que no lo ha probado todavía, no sabe lo que se pierde.

En otra ocasión os hablaré de las migas.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Estornudando


Amaneció antes que cada día. Comenzaba a clarear. El orto despertaba. Parecía que ese nueva jornada no le traería sorpresas especiales. Como cada mañana se limitó a desperezarse sin ningún cuidado. Había dormido medianamente bien. Había soñado como cada noche. Esta noche, en sus quimeras, se había limitado en buscar y buscar un WC para mear, menos mal que a la hora de la verdad sólo quedaba en un sueño.
Era el mismo sueño una y otra vez. Era problema de la edad y de la próstata. Al final otra noche más sin dormir bien.


Se había arrepentido muchas mañanas de haberse mudado a la urbanización de las Camaretas. Son muy pocos kilómetros hasta el centro de la capital, y viviendo en Soria y tener que depender siempre del coche es un pecado mortal.

Cuando se dirigía a su trabajo, la responsabilidad le hacía sentirse incómodo. Eran ya muchos años de experiencia pero ahora se sentía desbordado.
La gente vivía con mucho miedo. Ante un simple estornudo se alarmaban. Y si el que estornudaba era ese que estaba a su lado, ya ni te cuento.

Como profesional de la medicina sabía que toda esa alarma era innecesaria. No sabía el porqué, pero seguro que alguien salía beneficiado de todo aquél desconcierto. Y sabía que también salían perjudicados los mismos de siempre.

Cada mañana en su consultorio de la Milagrosa sabía que le tocaba trabajar duro, más que trabajar, tranquilizar. Estaba harto de que cada vez que alguien fallecía por la manipulada gripe, los medios de comunicación lo soltaran a los cuatro vientos. Eso hacía que su consulta cada vez estuviera más saturada. Se preguntaba el porqué no se informaba también de las muertes diarias producidas por otras enfermedades que cada día trabajaban sin descanso. Cuánta gente moría por problemas coronarios, por los diferentes cánceres habidos y por haber, por esas oprimentes anginas de pecho, esas eléctricas embolias que te dejaban en el más allá, esos ataques de …

Al llegar al dispensario había tal desconcierto que todo le resultaba caótico. Ahora se habían sumado las escuelas. En las escuelas era un auténtico desbarajuste. Algunas ya llevaban una semana sin niños. Ante el primer supuesto síntoma se aislaba al niño o a la niña como si fuera un máldito apestado. No podía más. Estaba a punto de explotar, de mandarlo todo al carajo. Se le había ocurrido en muchas ocasiones llamar al responsable de Sanidad. Que se dignara en darse una vueltecita por allí. Que sufriera ese día a día.

Se sentó detrás de su mesa, llamó a la enfermera que al pasar dejó la puerta entreabierta, ni se saludaron, sólo se guiñaron un ojo de complicidad y juntos comenzaron a estornudar.