domingo, 28 de febrero de 2010

Funcionarios


Soy funcionario, un funcionario de esos que ahora por el tema de la crisis nos hemos puesto de moda. Nadie se fijaba en nosotros no hace tantos años cuando la economía bullía y todo el mundo vivía de maravilla. Eran tiempos en los que resultaba muy difícil encontrar un buen albañil, ya que todos estaban más que pluriempleados, eran tiempos en los que cualquiera que se dedicaba a poner cuatro ladrillos ganaba el oro y el moro, eran tiempos en los que las horas extras hinchaban unos sueldos que permitían ver al peor de los paletas darse una vueltecita por el pueblo bien acompañado con su rubia en su Audi 5. Todos ganaban lo que querían y más, y los funcionarios salíamos de unos años con el sueldo en la nevera y nadie se acordaba de nosotros. Seguíamos con nuestra humilde nómina, conformándonos, sin horas extras, sin rubia y sin Audi.

Pero hoy las cosas han cambiado y hemos pasado de ser unos pobres a unos privilegiados funcionarios por nuestro justa pero segura nómina, curiosamente nosotros no hemos cambiado, ha sido lo que nos rodea lo que ahora nos hace deseados.
Llega el tema hasta tal punto que incluso los sindicalistas de toda la vida nos consideran afortunados. No se acuerdan de esos años de preparación académica, de periodos de sustituciones y de largas sesiones de estudio para superar unas costosas oposiciones. En mi caso particular sólo se fijan en mis vacaciones.

Manda huevos.

viernes, 19 de febrero de 2010

Mi secreto


Hoy os voy a confesar mi secreto, pero por favor, no lo comentéis con nadie. Por una serie de circunstancias que no vienen al caso en mis horas libres ejerzo de ángel. Sí, habéis leído bien, un angelote de esos que los tristes mortales, aún sin saberlo, tenéis a vuestro lado para protegeros.

La tarea, como podéis imaginar, es complicada, y más sabiendo que no siempre custodio a la misma persona, soy como un interino pero en el mundo celestial.
Cada noche, encuentro en mi bolsillo derecho de la chaqueta un papel bien dobladito y con un olor muy especial, allí hay escrito el nombre del feliz afortunado, de esa persona con la que compartiré esas horas en las que seré su guardián.

Es un trabajo muy complicado, hay días que preferiría ser un Serafín y con mis tres alas volar y volar por los lugares más recónditos de ese cielo transparente, sin demasiadas preocupaciones. Pero no, soy un simple ángel de la guarda, el currante de toda esa jerarquia divina.

Tengo mis trucos, la otra noche no tuve demasiada suerte con la persona a la que tenía que cuidar, era una joven impulsiva, que en cuanto me descuidaba se me descarriaba, hasta que me acerqué a ella, y muy tiernamente la besé en la mejilla. Sus ojos comenzaron a brillar de otra manera, se tomó la última copa y dio la fiesta por acabada.

Peor fue el de la semana pasada, era calvo, fuerte, tatuado, rico, exigente y caprichoso, hasta tal punto que nadie de mis compañeros quiso hacerse cargo de él. Sólo su presencia transmitía intranquilidad. No se le ocurrió otra idea que la de visitar un lupanar. Intenté persuadirlo, no hubo manera. Antes de que pudiera pecar, algo insólito sucedió, todas aquellas chicas dejaron de sonreírle, ni la más necesitada se fijó en él, desde detrás de la roja cortina me di cuenta de que a veces para salvar a uno te tienes que convertir en guía de las demás.

Si en algún momento crees que me necesitas, cierra los ojos, y muy profundamente piensa en mí, esa noche no desdoblaré ese papelito y estaré contigo, cuando llegue te daré un pellizquito. No hará falta que me digas nada. Por la mañana seguro que encontrarás una plumita en el suelo.

viernes, 12 de febrero de 2010

Toda precaución es poca



Os dejo con este vídeo, quizas ya lo conozcáis porque lleva ya tiempo colgado por la red.
La creatividad se ha puesto al servicio de la prevención. Ya es hora de que los jóvenes y los menos jóvenes nos mentalicemos de que dejarnos llevar por ese calentón, sin tomar precauciones, puede traernos serias consecuencias.

domingo, 7 de febrero de 2010

Ricardo


Vivía en una casa de la Barriada, zona denostada no hace demasiados años y hoy tan deseada por esos espacios, una casita con huerto o jardín no deja de ser un sueño para muchos. La casita la había heredado de sus padres. Siempre había vivido con ellos, los últimos años su madre fue la única que velaba por él.
Ricardo era una persona metódica, cada día hacía las mismas actividades y a la misma hora. No había nada ni nadie que rompiera con sus rutinas.
Ese odiado despertador zumbaba siempre a las ocho de la mañana y cual autómata se levantaba del catre. Siempre llegaba a la misma hora a la parada de ese autobús. Siempre veía, que no saludaba, a las mismas tres personas que como él se desplazaban hasta el Polígono Industrial a esa hora. En su trabajo a veces tenía que pensar un poco, aunque casi siempre consistía en lo mismo, que si cambiar el aceite a ese coche, que si revisar la cadena de distribución de ese otro que parece que provoca un ruido, que si las pastillas de freno de aquél. Más de lo mismo.
Odiaba los fines de semana. No era hombre ni de bares ni de fútbol, y por estos lares lo tienes mal. Las horas se hacían eternas delante de ese viejo televisor deseando que llegara el jodido lunes.
Pero ese lunes algo distinto sucedió. El despertador ya cansado de dar esa lata diaria dejó de sonar y Ricardo cuando quiso despertarse todo fueron prisas. Cuando llego a la parada del bus ya no vio a sus tres anónimas personas. Se sentía raro. Al subir al vehículo se sintió desplazado al no ver al señor del bigotazo blanco sentado enfrente suyo. Todo era distinto.
Levantó la cabeza y vio a una mujer más o menos de su edad, su semblante era triste. En una ocasión llegaron a cruzarse la mirada. Fue suficiente. Unas mariposas comenzaron a aletear por todo su interior y su corazón galopó.
En el taller ese día fue diferente, las horas se hicieron más cortas y al llegar a casa lo primero que hizo fue retrasar el despertador.