viernes, 25 de abril de 2008

Hijos


Apreciados hijos,

sólo cuatro líneas para deciros que por aquí, por vuestra casa, todo bien, unos viven mejor que otros, pero no nos podemos quejar a Dios gracias.

Aprovecho la presente para recordaos alguna cosilla, dada vuestra frágil memoria:
- Que el día del padre fue no hace muchos días.
- Que el día de la madre será en breve.
- Que vuestra casa no es un hotelillo donde todo os lo dan hecho.
- Que la ropa sucia no tiene patas y allá donde la dejáis permanece hasta que alguien, va y la recoge.
- Que en el diccionario también hay una palabra de la que desconocéis el significado, es la palabra orden.
- Que si no compráis una barra de pan, no hay pan a la hora de comer a mediodía.
- Que la ropa del tendedero, después de tres días ya está seca y hay que recogerla.
- Que si pasáis un dedo por la estantería de vuestra habitación y deja marca, es polvo.
- Que el dentífrico y los geles de ducha hay que taparlos.
- Que en la nevera hay siempre comida y ese refresco que os gusta porque alguien ha ido a comprarlo.
- Que el papel de baño no lo trae ningún perro en la boca, por muy suave que sea.
- Que ya tenéis años, entre los dos 44, para solucionar vuestros problemas.
- Que por falta de no repetir siempre lo mismo, no quedará.
- Que seguiremos insistiendo, ya que todavía no tengo la idea de ir a un programa de televisión a que me solucionen el problema, de momento.

Vuestro padre que os quiere.

martes, 15 de abril de 2008

Torredembarra


Estoy sentado en la bocana del puerto de Torredembarra. Vengo a menudo. No sé porqué me encuentro tan a gusto aquí. La brisa marina me da en la espalda. El soniquete del agua al chocar reiteradamente contra las grandes rocas me relaja. A veces se forman grumos de espuma que van y vienen. Las aguas son muy claras. Se ven surcadas por diminutos pececillos de muchos colores que parecen perseguir al que nada más rápido. En el cielo aves volando en forma de uve, son patos y a más baja altura gaviotas. Por estos lares son pequeñas y blancas, por el puerto de Barcelona son más grandes y pardas.
A mi derecha destaca un espigado y moderno faro que al atardecer me ilumina ahora sí, ahora no... Antes la naturaleza presidía todo el acantilado, ahora al faro le acompañan casas de hasta dos alturas que dejan ver a lo lejos algunos arbolillos de lo que fue un frondoso pinar verde. También diviso alguna cuidada palmera.
A mi izquierda están pasando algunos barcos, unos pequeños y otros señoriales. Casi todos son blancos. Unos entran y otros salen. Todavía no llevan sobre sus cubiertas a las espatarradas de turno. No hace mucho calor. Ahora son tres motos naúticas las que rompem la tranquilidad.
Un poco más a la izquierda están amarrados los yates más elegantes del puerto deportivo, tres son de color azul y destacan sobre el verde del agua y el blanco del resto de las embarcaciones.
En frente están descansando los barcos y las barquillas de los pescadores. ¡Qué contraste! Aquellos que sirven para dar un paseíto puntual un fin de semana son elegantes, grandiosos, concebidos para dar una seguridad plena en el mar, con los últimos sistemas de navegación, contrastando, enfrente con esas diminutas barquichuelas de los pescadores, de los que se ganan la manduca saliendo al atardecer cada día a pescar merluzas, emperadores, salmonetes o pulpos, de poco más de tres metros de eslora, en cuanto que cabe una persona. No me las quiero imaginar lejos de la costa cuando el mar comience a enfurruñarse. Su única seguridad es un salvavidas descolorido. Se llaman María, Manuel, S José.
Que mal repartido está el mundo, el que necesita la embarcación para subsistir, diminuta y frágil; y el que la tiene para diversión grandiosa y segura.

viernes, 11 de abril de 2008

Primavera


Hace ya muchísimos lustros y décadas, había una aldea olvidada en medio de una frondosa vegetación, habitada por los más tiernos y exóticos animales. La aldea era diminuta, muy pequeña. En el poblado predominaban las mujeres y entre ellas, las jóvenes, casi niñas. Eran juguetonas y presumidas.
Así como las primeras luces iluminaban todo el entorno, por el camino polvoriento y seco que conformaba la única callejuela del pueblecito comenzaban a oírse gritos y risitas inocentes.
Tenían la costumbre de reunirse debajo de gran higuera. Su sombra las cobijaba y era el único testigo de todas sus diabluras. Allí hacían charquitos con el agua que traían en un botijillo de barro y pronto, como por arte de magia acudían cientos de mariposas, unas diminutas, azules, con motitas negras, otras, con colores mucho más vistosos, las había de un fuerte color amarillo chillón con redondos topitos oscuros, de un vistoso rojo que eran más inquietas que las demás, de colores entrelazados que iban cambiando sus tonalidades dependiendo del brillo del sol. Todas eran preciosas. Se posaban por todos lados, algunas las más atrevidas, incluso en los alargados dedos de las chiquillas. Una, la única de color violeta, aterrizó suavemente sobre la nariz respingona de Azucena, haciéndole unas cosquillitas que provocaron unas risitas que se oyeron en medio del grupillo, a la vez que tintileaban sus dos trenzas rubias.
Las muchachas eran las más presumidas de toda la región. Cuando las mariposas cogían confianza se dejaban acariciar sus alitas por sus finos e inocentes dedos y después con esas diminutas y brillantes partículas se frotaban cuidadosamente los párpados de sus ojos. ¡Qué belleza!, jamás había existido unas caras con ese colorido brillante que destacaba sobre su inocente tez clara. Había tantas tonalidades en sus ojos, que parecían diosas y hasta el sol se divertía haciendo que sus rayos incidieran de diferentes maneras e intensidades, participando así del momento. Mientras esos diminutos cuerpos alados continuaban revoloteando por todos los rincones.
Después, ya camino de la gran balsa, con sus cristalinas, tranquilas y verdosas aguas hacían otro descanso cortito en un pradillo verde, lleno de pirigallos, de encarnadas amapolas que destacaban cimbreándose sobre toda esa alfombra natural. Acariciaban sus delicados pétalos recibiendo ese color sonrosado en sus mejillas que las hacían únicas.

Poco a poco llegaban correteando al borde de la charca, lleno de estirados juncos mecidos por el escaso viento reinante. Ese espejito natural era testigo de su gran belleza. Hasta las ranas dejaban de croar y los renacuajos nadando muy despacio aparecían en la superficie, no querían perderse el momento.

Y así transcurrían los días, las semanas, los meses...
La primavera perpetua marcaba toda su existencia y era el testigo diario junto con esas claras aguas de la charca de esas bellezas angelicales.

Dicen, cuentan, que ahora en los pueblos y grandes ciudades, cuando llega la primavera, que por cierto, nos enteramos por el Corte Inglés, ya que no llegan ni las vistosas mariposas, ni los pirigallos, ni las viscosas ranas croando junto a ninguna charca, las mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, en lugar de mirarse en ese espejo natural, lo hacen al caminar por las aceras en el reflejo de los cristales de las puertas y escaparates. Fijaos, cuando vayáis andando, se vuelven de reojillo, las muy pillinas, a ver su estampa reflejada y sentir como la primavera sin saber porqué también forma parte de ellas.

lunes, 7 de abril de 2008

Deseos


Os comento 5 deseos que me gustaría ver cumplidos cuando ya sea más que viejo:

- Hacer una mirada retrospectiva de mi vida y darme cuenta de que he contribuído a mejorar este mundo que me ha tocado vivir.
- Terminar viendo a mis hijos a mi lado, felices y realizados.
- Que no me faltaran los dedos de las manos para contar a mis verdaderos amigos.
- Que en ningún momento piense que no ha merecido la pena vivir.
- No haber tenido nunca la sensación de ser un estorbo.

¿Y a vosotros?

martes, 1 de abril de 2008

El pastor de las estrellas


Tiene el sueño cambiado. Cuando nosotros nos vamos a la cosquera, se despereza, coge su zurrón y esa garrocha de madera de olmo que él mismo domó y comienza su trabajo. Es el pastor de las estrellas.
Cada noche recorre el firmamento hasta que se despierta el orto, pasando esa lista interminable que conforman las estrellas que forman las diferentes constelaciones.
A veces se detiene en las plateadas praderas celestiales a echar un pitillo y conversa con ellas y sólo escuchando su tono de voz sabe como se encuentra su estado de ánimo.
Anoche se encontró con la estrella Polar, estaba triste y su destello no era tan brillante como noches anteriores. Algo le pasaba. Después del saludo cordial de todas las noches le comentó que tenía celos de la orgullosa luna, lunera, cascabelera.
La luna cuando está llena, cuando tiene ese brillo espectacular, se cree la reina del firmamento-le dijo-, hasta esa otra estrella, Orión, que brilla casi tanto como yo, ha dejado de hacerme esos arrumacos que me tenían encandilada, estoy segura que es por culpa de la luna, lunera, cascabelera-continuó-.
Joer, pensó, hasta en el cielo cósmico me encuentro con historias.

A veces son las jóvenes las que le crean más problemillas, inquietas, juguetonas, adolescentes son incapaces de permanecer brillando mucho tiempo en su lugar, en cuanto se descuida se ocultan tras las nubes, jugando al escondite. Sabe que es cosa de la edad y por eso tiene la suficiente paciencia con ellas cada noche, a veces se chiva a las demás de su escondite.
El pastor de estrellas también sabe que cada uno tenemos la nuestra, para saber cuál es, la próxima noche estrellada, túmbate boca arriba en el campo, observa el inmenso mundo que tienes ante tus ojos y cuando veas ésa que brilla de una manera especial, ésa que te está guiñando el ojo continuamente, ésa es, ponle nombre y habla con ella todas las noches que puedas, te ayudará a sentirte mejor, a ser más feliz y a entender cosas que jamás habías comprendido.