lunes, 19 de noviembre de 2007

Hay mucho sapo por el mundo


La luciérnaga y el sapo

Brillaba en una floresta
durante noche sombría
la Luciérnaga modesta
que ignoraba si lucía.

Envidioso de su brillo
cierto Sapo que la vio
fue y escupió al gusanillo
veneno que lo mató.

¿Por qué, exclamó falleciente,
a un desvalido matar?
Y escupiendo nuevamente,
dijo el Sapo: "¡No brillar!"

(Juan E. Hartzenbusch, 1806-1880)

¿Qué te consideras luciérnaga o sapo?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces luciérnaga, otras, sapo...
Tan real como la vida misma.

"... cierto Sapo que la vio, fue y escupió al gusanillo..."
escupir: juzgar, insultar, criticar, etc.
Todo por la envidia y el aparentar.
(Perdona, pero con tanto "xivarri" no me puedo concentrar, jeje)

Anónimo dijo...

Curiosa fábula en verso del autor de los Amantes de Teruel. En esta ocasión, la luciérnaga no muere de amor, sino por la envidia malsana del sapo...
Creo que la envidia no es buena y me gustaría ser luciérnaga. Aunque en ocasiones me haya sentido así, no puedo considerarme como tal porque eso sería pura vanidad.

http://www.larebotica.es/larebotica
/centrales/opinion/dosmiltres/enero
dosmiltres/piscologiaenvidia/index.html

Adjunto el link de un artículo acerca de la psicología de la envidia, por si os aburrís y tenéis un ratito para leer ... Resulta algo denso, pero no tiene desperdicio por la cantidad de citas que lo ilustran.

Yo de ese artículo me quedo con las palabras de Fray Luis de León, el utópico anhelo de "no ser envidiado ni envidioso"...

Otra de las citas interesantes del artículo: " En palabras de Antonio Machado, el envidioso "Guarda su presa y llora lo que el vecino alcanza; / Ni pasa su infortunio ni goza su riqueza"... Como veis, desde este punto de vista resulta más agradable ser luciérnaga que sapo, aunque se corra el riesgo de sufrir como la del poema.

Supongo que la llamada envidia sana tampoco es tan mala; tod@s nos alegramos ante los logros o alegrías de los demás aunque las desearíamos para nosotr@s... Lo que no se debe hacer jamás es llegar al extremo del sapo, perjudicando a quienes se envidia.
El rencor, la envidia malsana, el odio...solo causan dolor propio y ajeno...

Leí en un artículo que Wilde decía que «cualquiera es capaz de compadecer los sufrimientos del otro, pero hace falta un alma verdaderamente noble para alegrarse con los éxitos de un amigo»... Ojalá tod@s podamos algún día descubrir nuestra alma noble (siempre presente, pero quizá algo dormida) y alegrarnos del bien ajeno, más que envidiarlo.

Javier Soria dijo...

mj,
despues de leer el artículo al que haces referencia me quedo con una afirmacción que me ha llamado la atención:
Se odia a otro para no sentir odio contra uno mismo.
No sé hasta que punto puede ser real pero da que pensar. Quizá tengamos que odiarnos a nosotros mismos por no haber conseguido eso que hace que odies a otro.
Aquí no haré refencia a ninguna cita famosa sino a una frase que se la he oído muchas veces a mi madre: La envidia es mala consejera.
Por cierto como no hay nadie perfecto estoy convencido que todos somos un poco sapos y un poco luciérnagas. Es como la cara y la cruz de una moneda, son inseparables. En cuanto al tema de la envidia sana, no nos engañemos aunque sea sana no deja de ser envidia.
Saludos.

Anónimo dijo...

La inmensidad...
En el vivir de cada día dejamos marcas, algunas son de buenos recuerdos, a quienes se los dejamos, cuando nos ven se alegran y nos participan de su contento, pero también dejamos a veces malos recuerdos, somos tan imperfectos que por ello nos creemos intachables, no nos equivocamos; comparados con el universo no tenemos ni el tamaño de una hormiga, mas vivimos nuestra vida como si nunca hubiese de tener fin, pensar que cada día que pasa nos acerca al fin para algunos, a un empezar para otros, según sea su creencia.

Mostraban hace unos días, en un documental, unas hormigas que viajaban en busca de sustento, sorteaban obstáculos a su paso, de pronto, el narrador observa que hay una acequia que les bloquea el continuar, se detienen, empieza un movimiento de un lado a otro, luego las hormigas se toman unas a otras y las que están ya tomadas se dejan caer al agua, y así sucesivamente se dejan caer todas ellas formando una gran balsa con sus cuerpos y se dejan llevar hasta que atraviesan a la otra orilla.
No tienen raciocinio, no saben cuantos serán los días de su existencia, pero si saben que lo importante es la subsistencia de su comunidad, y hacen más de lo que nosotros imaginamos, por los suyos.
¿Somos tan extraordinarios como nos creemos? Si al menos salváramos al que esta a nuestro lado inmediato, si al menos una pequeña ayuda hiciéramos, ya seria algún socorro para alguien, una pequeña labor por insignificante que nos parezca, para el que recibe es una gran ayuda.

Muchas veces la inmensidad de la vida nos hace diminutos, nos convierte en polvo, en insignificancia.
Muchas veces deberíamos darnos la vuelta a la retinas para apreciar la cruel realidad a la que caminamos, corremos, cabalgamos...
Todos nacimos insignificantes y moriremos como talm, por eso nuestra labor en la vida es vivirla con creces, dejarnos de conflictos y tristezas, reírnos de nosotros mismos, caernos pero rápidamente levantarnos...
Al fin y al cabo nuestro abismo particular ya está preparado y dispuesto para cuando sea necesario.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar… golpe a golpe verso a verso…


Hoy más que nunca, quedar con Dios.


El Tuno Negro

José María dijo...

Buenas, colega y amigo: Eres la leche; haces pensar "demasido" a tus incondicionales lectores.
Si no hay más elección que ser sapo o luciérnaga, prefiero ser luciérnaga; prefiero Brillar por lo que valgo y ser envidioso que no conduce a nada. Pero ya que estamos con bichitos, no me importaría ser "cigarra" para cantar y cantar al sol todo el día sin más preocupaciones (dando por supuesto que la despensa está llena, claro).
Un saludo.

José María