viernes, 24 de octubre de 2008

Me canso de...


Me canso de :
- Hacerle siempre caso y a la misma hora a algo que llamamos despertador.
- Ver a familias tan desestructuradas que los hijos no saben como llamar ya al tercer novio de su madre.
- Tener que sonreír cuando tienes un dolor de cabeza del demonio.
- Escuchar siempre que en Soria se vive bien cuando yo tengo que estar tan lejos.
- Que haya gente que no valore tu valía.
- De que gente todavía te vaya marcando el paso.
- Algún compañero que te haga responsable de sus problemas.
- Aquellas personas que cuando te hablan, se acercan tanto a ti que su aliento te descontrola.
- Que el Numancia no gane un partido.
- Ver sufrir a la persona que tienes al lado y quieres.
- Oler a alcanfor en los cambios de estación.
- Ver como los árboles se quedan desnudos.
- No saber dónde mirar cuando subo acompañado en el ascensor...

¿Y tú, de que estás cansado/a?

sábado, 18 de octubre de 2008

Mi gran amiga


Cada sábado se levantaba nervioso. Madrugaba. En casa ya no quedaba nadie. Todos estaban en la faena. A los pocos minutos ya salía corriendo por las calles llenas de piedras del pueblecillo donde vivía. Subia al alto del Robedillo y sentado en una gran piedra esperaba. Normalmente no tardaba mucho en llegar. Era blanca, no muy grande y siempre destacaba sobre ese cielo añil. La nube casi se posaba a su lado y Andrés subía a ella como cada sábado desde hacía ya muchos meses. Se estiraba y se dejaba mecer. Enseguida se encontraba a unos metros del suelo y comenzaban a balancearse movidos por una brisilla agracedida.
Le gustaba observar su pueblo desde la altura. Desde allí veía a su abuelo que venía acarreando con su macho Bayo la mies para llevarla a la era. Cerca del nido de la cigüeña estaba su padre segando cebada, imprimía a la hoz un movimiento enérgico que ayudado por la zoqueta que llevaba en la otra mano, iba cortando y haciendo gabillitas. De vez en cuando miraba hacía la iglesia esperando a que la sombra que proyectaba una de sus paredes llegara a un rincón, sería ya la una y por tanto la hora de ir a comer.
Miró ahora a la derecha y allí en lavadero distinguió entre otras mujeres a su madre, peleándose con una sábanas zurcidas junto a una cría que era su hermana.
Cada sábado volaba y volaba. Un día se dejó llevar hasta la ciudad. Desde lo alto percibía a la gente pululando de aquí para allá, parecía que todos tenían mucha prisa. El cielo a su alrededor ya no era tan azul, había una especie de calícula que no le gustaba nada.
Otra mañana se elevaron tan alto que llegó a saludar al pastor de las estrellas.

Era feliz, el más feliz de la Tierra. Cuando acababa el viaje, la nube se acercaba de nuevo, casi rozando las alihagas y Andrés saltaba alegre al suelo. Le guiñaba el ojo como despedida y a esperar al sábado siguiente.

La semana se hizo muy larga y allí estaba de nuevo. Esperando y esperando. Su amiga la nube no vino. Se quedó triste, muy triste.
Y así un sábado y otro. Su amiga no apareció más.

Desde entonces Andrés no era el mismo, se sentía el niño más desgraciado del pueblo, le faltaba algo, le fataba su gran amiga. Cada día escrutaba el cielo, a veces le parecía verla allá en la lejanía, pero no era ella.

Una mañana cogió las pinturas y sobre un papel arrugado pintó la silueta de la nube, incluso le dio ese color tan difícil de definir, y cual fue su sorpresa que cuando alzando la vista al cielo, la encontró, allí estaba, en lo alto, quieta, mirándole, pensó que hasta le sonreía. Se dio cuenta entonces, que cuando deseas una cosa con toda la fuerza de tu corazón a veces hasta lo puedes conseguir.

Le guiñó un ojo, le devolvió la sonrisa y corrió y corrió hasta lo más alto del Robedillo.

lunes, 13 de octubre de 2008

Rutina


No hace muchos días estaba tumbado tripa arriba en Garray, al lado del Duero, desde allí se veían las ruinas de Numancia. Sus aguas eran de un color verdoso y mansamente se deslizaban río abajo para juntarse con el Tera. De pronto una culebrilla se desplazaba sobre el agua. Parecía que ni la tocaba. Una araña trepaba por mi pantalón vaquero, pero no le hacía ni caso. Miraba al cielo. Por entre las ramas de los álamos destacaba un azul clarito difícil de llevar a un lienzo. Rompían esa visión unas nubecillas blancas dándole tonalidades diferentes. La brisa me hacía sentirme muy a gusto. A veces dormitaba. De vez en cuando pensaba en algo, no sé qué, volvía a abrir los ojos y me dejaba llevar. No me molestaban los mosquitos, por esta zona a veces se suelen ver los que llamamos pínfanos, cuando te pican te hacen un buen habón, pero no llegan a la categoría de los mosquitos tigre que hay por Barcelona, en mi trabajo hay varias personas que las pobres están ya más que hartas de tanto arrascarse sus picaduras, a simple vista hasta son graciosos, los jodidos, con esas rayitas blancas y negras, pero cuando te sobrevuelan por segunda vez, todos a las trincheras.

Es una pena que todo sea ya un recuerdo, y más este año, con ese currelo diario que a veces llega a abrumarme. Parece que fue ayer, pero ya es todo un recuerdo, esos días ya se han escapao, fueron menguando y menguando hasta que desaparecieron.
Prometí entonces que cuando la monotonía diaria comenzara a aplastarme interaría revivir esos momentos, esos colores, esos lugares de mi tierra, esos pesados grillos que cada día al atardecer invadían con sus sonidos todo el entorno, intentaría revivir ese verano, esas vacaciones....

Afortunadamente ya ha pasado Septiembre, que como ya os he contado en alguna ocasión me produce un bajón en mis biorritmos hasta dejarlos casi al límite, y nada, día a día a seguir mirando para adelante, aunque la rutina sea mala cosejera.

viernes, 3 de octubre de 2008

Un beso


No me quiero conformar con ese beso que a veces ya no se da porque ya se da por dado.