Había dormido mal. Ya llevaba meses que le costaba conciliar el sueño. Y además se despertaba cada dos por tres. Ya desde muy joven meditaba antes de dormir. Pasaba revista a lo vivido. A veces se conformaba con el día a día. A veces rebobinaba hasta el infinito. Por el escaparate de su mente iban pasado diferentes personajes y situaciones que llenaban a rebosar toda la memoria virtual de su disco duro, y claro, dormía fatal.
Pensaba en su niñez. Le parecía mentira que algo tan lejano estuviese tan próximo. Se acordaba de sus primeras idas y venidas a la escuela. Era pequeña y destartalada, pero podía revivir con todo detalle aquella habitación el el primer piso, con unas mesitas colocadas una detrás de otra. Eran pocos niños. Escribían sus primeras letras en la pizarra, con el pizarrín. Después todo cambió, en la ciudad las clases eran grandiosas. Se sentía tan rodeado de compañeros que añoraba lo pasado. Todo iba muy rápido. Los domingos casi siempre estaba de mal humor. Eran víspera del fatidíco lunes. Siempre había sido un gran problema ir al cole sin haber estudiado lo suficiente. Le preguntaban casi cada día la lección. Y recordaba ese ir y venir de sotanas. Esas tardes enclaustrado en la habitación haciendo como que estudiaba. Así todo funcionaba mejor. A veces le rondaban por la cabeza aquellos caballeros de la triste figura, que con sus insultos y prepotencia hacían que todo aquello fuera más difícil todavía. Eran los más fuertes. Eran los más cabrones. Y a quién se quejaba?. A él mismo.
Pensaba en su adolescencia. Llegó casi sin preguntar. Y casi sin despedirse se fue alejando para dejar un mar de dudas. Se acuerda de esos granos que poblaban todo su territorio. Se acuerda de esa cazadora vaquera y esos pantalones de campana. Se acuerda de sus primeras novietas. O al menos eso pensaba que eran. Luego significaban muy poco en su vida. Igual que llegaban desaparecían. Jamás hubiera pensado lo complicado que era un proyecto de mujer. Hasta que topó con una, real, de carne y hueso, y llegó a la conclusión que el entenderla era todavía más complicado. Pero como a todo te haces, se acostumbró muy rápido a esos paseos por el Soto Playa. Por la falda del Castillo. Por el Collado. Por el alto de la Dehesa. A esos bailes en la discoteca Alameda, entonces ya sonaba el "pero sigo siendo el rey" y "están clavadas dos cruces en el monte del olvido". A esos primeros contactos, a esos primero roces que electrificaban todo su ser. Le costaba separarse de ella. Había sufrido como casi todos el poder amagado que ella tenía. No sabía porqué, pero estaba a su merced. Y así le fue. Ahora se daba cuenta de todo. Había luchado contra alguien bien armada, totalmente desarmado. Era como enfrentar a alguien con armadura medieval contra alguien, desnudo, en chichotas. Él era el que estaba en chichotas. No sabía la razón pero todo aquello le gustaba. Esperaba y esperaba, mirando el reloj cada tarde, para ver cuando esa manecilla más corta marcaba las seis. Y el banco Bilbao empezaba a tomar protagonismo.
Ya ha transcurrido mucha vida. Años y años. Años y años de compartirlo todo, lo uno y lo otro. Los hijos y sus problemas. Los hijos y sus preocupaciones. Los hijos y ese vivir sin vivir. Los hijos y sus desvelos. Los hijos y su falta de… . Los hijos y sus satisfaciones.
Y hoy, después de tantos años de convivencia, de haberlo compartido todo, de haber notado juntos el paso de la apisonadora del tiempo, todavía se mira al espejo y se ve desnudo, desvalido, en chichotas, cual gurriato, recien salido del huevo. En manos, afortunadamente, de ella.
domingo, 15 de marzo de 2009
En chichotas
Publicado por Javier en domingo, marzo 15, 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Qué delicia, saber que siempre tendrás unas manos que te ayuden, que te acompañen, que cubran tu desnudez... Hermoso el relato. Abrazos
Qué texto más bonito, supongo que pasen los años que pasen siempre seguiremos buscando quiene somos en ese espejo.
Besitos de miel
Guauuuuu, chico, que chulada. Te conozco y sé que lo dices como lo sientes, aunque a veces te quejes de algunas cosillas; ya sabes a qué me refiero, jejeje. Por cierto, no creo que a estas alturas estés tan en chichotas.
Al leer el principio de tu relato, me has hecho recordar también mi pizarrín (el de escribir, se entiende) y el mechón azul de mi pelo rubio de entonces.
Un abrazo.
Javier, espero que esos años vividos juntos os ayuden a superar cualquier adversidad y ese amor que os profesáis se fortalezca aún más y hasta el infinito .¡ Felicidades a los dos.Que pases una buena semana. He tardado en pasar porque hasta ayer no tenía ordenador.Un abrazo.Angela
Publicar un comentario