viernes, 5 de abril de 2013

Reflexiones


Siempre tendré en mi recuerdo la actitud de la generación de mis padres, personas que hoy están rondando los ochenta.

Han sido personas que empezaron trabajando muy jóvenes para sus padres, sin escatimar esfuerzos. Les tocó vivir una situación muy dura derivada de la posguerra lo que les hizo ser austeros y ahorradores por lo que pudiera venir después.
Compraban cuando tenían las perras y si no se esperaban a tener esa bicicleta que se necesitaba para ir a trabajar a Abejar  yendo mientras, andando.
Guardaban siempre con sumo cuidado esa ropa para los Domingos y esos zapatos lustrosos para cuando la ocasión lo requiriera, usando esos pantalones a veces llenos de pedazos para el día a día.

Trabajaron siempre pensando en que sus hijos tuvieran más oportunidades que ellos, que fueran más que ellos en la vida y que no tuvieran que trabajar tanto como ellos. En ese sentido nunca fueron egoístas. Nos dieron todas las oportunidades que pudieron, otra cosa es que nosotros las optimizáramos en su aprovechamiento.
Su esfuerzo en una gran mayoría de los casos mereció la pena.

Fueron personas honradas, con unos valores muy arraigados. Fueron pobres, pero honrados y jamás tuvieron que agachar la cabeza ante nada ni nadie.


Y hemos llegado nosotros, que interpretando mal sus deseos hemos sido partícipes de una sociedad donde el esfuerzo no se premia, donde se premia la mediocridad, donde nos engañamos formando a nuestras criaturas pensado que después la vida les dará las mismas oportunidades vayan o no preparados.

Como ellos ahorraron nosotros nos hemos vuelto egoístas a veces con su consentimiento, abusando de su ayuda hasta llegar al punto de exigirles un aval bancario que puede hacer que después pierdan todo aquello que les ha costado tanto conseguir como les ha ocurrido a muchos. Y eso de “tú gasta que para eso están tus padres” se ha convertido en una trampa con muy difícil solución.

Nos hemos creído los reyes del mambo con aquello que no era nuestro y ahora estamos pagando las consecuencias con creces. Nos creíamos que podíamos viajar, disfrutar de ese mejor coche, esa casita en la playa o en la montaña, ese ritmo de vida que a larga nos está destruyendo, a nosotros y a ellos también.
Simplemente son las consecuencias del derroche. Y que conste que los bancos han jugado a la perfección su papel ofreciéndonos aquello que sabían que a lo peor no podríamos devolver.

Pero por lo menos hemos seguido siendo honrados y no como otros. Cuando leo o escucho todo lo que está pasando en este santo país pienso si en verdad no se ha competido para ser el más chorizo, el más ladrón o el más sinvergüenza. Las enseñanzas de nuestros mayores se han ido al carajo.

Además de lo ya comentado, y por si fuera poco, aquí está nuestra generación, la generación estúpida, los que hemos trabajado mucho desde jóvenes, a los que no ha llegado prácticamente ninguna ayuda social, los que no sabemos cuándo nos jubilaremos y en qué condiciones, los que trabajamos en su día para nuestros hijos y ahora seguimos trabajando para ellos ya que con treinta años no han dado un palo al agua y a los cincuenta ya son viejos, los que en definitiva sufriremos de manera directa los desmanes y las corruptelas de los demás.

¡Qué Dios nos pille confesados!

1 comentario:

Ligia dijo...

Tienes razón, nuestros padres han vivido una época difícil, pero desde luego nosotros no nos hemos quedado atrás, porque lo que hemos trabajado es y será para nuestros hijos, que tienen que dar gracias por ello, aunque ahora se sientan mal por no tener trabajo ni cotizar para algún día jubilarse. Afortunadamente, tendrán lo que les toque...
Abrazos