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lunes, 20 de septiembre de 2010

Juventud, divino tesoro.



La juventud ha estado presente ya en algunas de mis entradas. Hoy os dejo con algo que me ha llegado vía email y que considero interesante, lo comparto con vosotros y vosotras ya en en algunos momentos nos podremos aplicar el cuento.


El Médico de Familia inglés, Ronald Gibson, comenzó una conferencia sobre conflicto generacional, citando cuatro frases:

1) "Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos."

2) "Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país, si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible."

3) "Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos."

4) "Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura."

Después de enunciar las cuatro citas, el Doctor Gibson, observaba como gran parte de la concurrencia aprobaba cada una de las frases. Aguardó unos instantes a que se acallaran los murmullos de la gente comentando lo expresado y entonces reveló el origen de las frases, diciendo:

La primera frase es de Sócrates (470 - 399 A .C.);

La segunda es de Hesíodo ( 720 A .C.);

La tercera es de un sacerdote ( 2.000 A .C.);

La cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (actual Bagdad) y con más de 4.000 años de existencia;

Y ante la perplejidad de los asistentes, concluyó diciéndoles:

Señoras Madres y Señores Padres de familia:
RELÁJENSE, QUE LA COSA SIEMPRE HA SIDO ASÍ...

viernes, 30 de mayo de 2008

Juventud


Juventud
Alegría
Ilusión
Irresponsabilidad
Juerga
Desarraigo
Desgana
Desorden
Trasnoche
Galvana
Resaca
Allanabarrancos
Pereza
Caos
Formación
Calle
Incertidumbre
Desasosiego
Botellón
Miedos
Dejadez
Inesperiencia
Amistad
Decepción
Broncas
Chochez
Lágrimas
Pasotismo
Amigachos
Influencias
Optimismo
Exitos y...
Fracasos
Amor y...
Desengaños

viernes, 11 de abril de 2008

Primavera


Hace ya muchísimos lustros y décadas, había una aldea olvidada en medio de una frondosa vegetación, habitada por los más tiernos y exóticos animales. La aldea era diminuta, muy pequeña. En el poblado predominaban las mujeres y entre ellas, las jóvenes, casi niñas. Eran juguetonas y presumidas.
Así como las primeras luces iluminaban todo el entorno, por el camino polvoriento y seco que conformaba la única callejuela del pueblecito comenzaban a oírse gritos y risitas inocentes.
Tenían la costumbre de reunirse debajo de gran higuera. Su sombra las cobijaba y era el único testigo de todas sus diabluras. Allí hacían charquitos con el agua que traían en un botijillo de barro y pronto, como por arte de magia acudían cientos de mariposas, unas diminutas, azules, con motitas negras, otras, con colores mucho más vistosos, las había de un fuerte color amarillo chillón con redondos topitos oscuros, de un vistoso rojo que eran más inquietas que las demás, de colores entrelazados que iban cambiando sus tonalidades dependiendo del brillo del sol. Todas eran preciosas. Se posaban por todos lados, algunas las más atrevidas, incluso en los alargados dedos de las chiquillas. Una, la única de color violeta, aterrizó suavemente sobre la nariz respingona de Azucena, haciéndole unas cosquillitas que provocaron unas risitas que se oyeron en medio del grupillo, a la vez que tintileaban sus dos trenzas rubias.
Las muchachas eran las más presumidas de toda la región. Cuando las mariposas cogían confianza se dejaban acariciar sus alitas por sus finos e inocentes dedos y después con esas diminutas y brillantes partículas se frotaban cuidadosamente los párpados de sus ojos. ¡Qué belleza!, jamás había existido unas caras con ese colorido brillante que destacaba sobre su inocente tez clara. Había tantas tonalidades en sus ojos, que parecían diosas y hasta el sol se divertía haciendo que sus rayos incidieran de diferentes maneras e intensidades, participando así del momento. Mientras esos diminutos cuerpos alados continuaban revoloteando por todos los rincones.
Después, ya camino de la gran balsa, con sus cristalinas, tranquilas y verdosas aguas hacían otro descanso cortito en un pradillo verde, lleno de pirigallos, de encarnadas amapolas que destacaban cimbreándose sobre toda esa alfombra natural. Acariciaban sus delicados pétalos recibiendo ese color sonrosado en sus mejillas que las hacían únicas.

Poco a poco llegaban correteando al borde de la charca, lleno de estirados juncos mecidos por el escaso viento reinante. Ese espejito natural era testigo de su gran belleza. Hasta las ranas dejaban de croar y los renacuajos nadando muy despacio aparecían en la superficie, no querían perderse el momento.

Y así transcurrían los días, las semanas, los meses...
La primavera perpetua marcaba toda su existencia y era el testigo diario junto con esas claras aguas de la charca de esas bellezas angelicales.

Dicen, cuentan, que ahora en los pueblos y grandes ciudades, cuando llega la primavera, que por cierto, nos enteramos por el Corte Inglés, ya que no llegan ni las vistosas mariposas, ni los pirigallos, ni las viscosas ranas croando junto a ninguna charca, las mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, en lugar de mirarse en ese espejo natural, lo hacen al caminar por las aceras en el reflejo de los cristales de las puertas y escaparates. Fijaos, cuando vayáis andando, se vuelven de reojillo, las muy pillinas, a ver su estampa reflejada y sentir como la primavera sin saber porqué también forma parte de ellas.

viernes, 20 de abril de 2007

A quien corresponda...



Hace ya más de 25 años....


Y fueron muchas las tardes
que salía por salir,
caminaba y caminaba,
sólo por verte a ti.

Te veía muy de lejos
por el Collado venir
¡Madre mía!, qué sentir,
el corazón desbocado
palpitaba sin control
cual potro trotaba solo;
no era trote, era galope
que a mi pecho repicaba.

Pocos pasos ya faltaban,
muy cerca estabas de mí
y pasabas a mi lado
ignorando mi sentir.

Seguro que tu potrillo
galopaba junto al mío
pero aún no sé el porqué
jugabas a no sentirlo

J.S