Hace ya muchísimos lustros y décadas, había una aldea olvidada en medio de una frondosa vegetación, habitada por los más tiernos y exóticos animales. La aldea era diminuta, muy pequeña. En el poblado predominaban las mujeres y entre ellas, las jóvenes, casi niñas. Eran juguetonas y presumidas.
Así como las primeras luces iluminaban todo el entorno, por el camino polvoriento y seco que conformaba la única callejuela del pueblecito comenzaban a oírse gritos y risitas inocentes.
Tenían la costumbre de reunirse debajo de gran higuera. Su sombra las cobijaba y era el único testigo de todas sus diabluras. Allí hacían charquitos con el agua que traían en un botijillo de barro y pronto, como por arte de magia acudían cientos de mariposas, unas diminutas, azules, con motitas negras, otras, con colores mucho más vistosos, las había de un fuerte color amarillo chillón con redondos topitos oscuros, de un vistoso rojo que eran más inquietas que las demás, de colores entrelazados que iban cambiando sus tonalidades dependiendo del brillo del sol. Todas eran preciosas. Se posaban por todos lados, algunas las más atrevidas, incluso en los alargados dedos de las chiquillas. Una, la única de color violeta, aterrizó suavemente sobre la nariz respingona de Azucena, haciéndole unas cosquillitas que provocaron unas risitas que se oyeron en medio del grupillo, a la vez que tintileaban sus dos trenzas rubias.
Las muchachas eran las más presumidas de toda la región. Cuando las mariposas cogían confianza se dejaban acariciar sus alitas por sus finos e inocentes dedos y después con esas diminutas y brillantes partículas se frotaban cuidadosamente los párpados de sus ojos. ¡Qué belleza!, jamás había existido unas caras con ese colorido brillante que destacaba sobre su inocente tez clara. Había tantas tonalidades en sus ojos, que parecían diosas y hasta el sol se divertía haciendo que sus rayos incidieran de diferentes maneras e intensidades, participando así del momento. Mientras esos diminutos cuerpos alados continuaban revoloteando por todos los rincones.
Después, ya camino de la gran balsa, con sus cristalinas, tranquilas y verdosas aguas hacían otro descanso cortito en un pradillo verde, lleno de pirigallos, de encarnadas amapolas que destacaban cimbreándose sobre toda esa alfombra natural. Acariciaban sus delicados pétalos recibiendo ese color sonrosado en sus mejillas que las hacían únicas.
Poco a poco llegaban correteando al borde de la charca, lleno de estirados juncos mecidos por el escaso viento reinante. Ese espejito natural era testigo de su gran belleza. Hasta las ranas dejaban de croar y los renacuajos nadando muy despacio aparecían en la superficie, no querían perderse el momento.
Y así transcurrían los días, las semanas, los meses...
La primavera perpetua marcaba toda su existencia y era el testigo diario junto con esas claras aguas de la charca de esas bellezas angelicales.
Dicen, cuentan, que ahora en los pueblos y grandes ciudades, cuando llega la primavera, que por cierto, nos enteramos por el Corte Inglés, ya que no llegan ni las vistosas mariposas, ni los pirigallos, ni las viscosas ranas croando junto a ninguna charca, las mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, en lugar de mirarse en ese espejo natural, lo hacen al caminar por las aceras en el reflejo de los cristales de las puertas y escaparates. Fijaos, cuando vayáis andando, se vuelven de reojillo, las muy pillinas, a ver su estampa reflejada y sentir como la primavera sin saber porqué también forma parte de ellas.
viernes, 11 de abril de 2008
Primavera
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
13 comentarios:
¡Que bonito Javier!..eres la leche, haces fotos muy bonitas y escribes muy bien; Estamos en contacto asiduo. besitos
Acabo de publicar una entrada relacionada con la primavera. ¡Qué casualidad! En ella verás que, a veces, en las grandes ciudades tenemos encontramos pregoneros de la primavera.
Un abrazo.
Pues que sepáis, queridos, que yo empezaré a hablar del verano, pues vaya par de ilustres, lo habéis dicho todo, es que no puedo nombrar ni que ya ha llegado la primavera al Corte Ingles…”jodo”.
Javier, tus relatos son realmente fantásticos, menos mal que yo soy un “tio” con bastante moral y no os desharéis de mi tan fácilmente…
Un abrazo fuerte.
Me ha encantado...¡Precioso!Fijate que me has hecho creer que andaba por mi pueblo y aún era niña...y que me dormía leyendo tu relato imaginando todas esas mariposas de vistosos colores...En el fondo aún tenemos un poco de niños.... y no quiero perderlo...Gracias por tu preciosa fantasía.Volveré.Un abrazo .Angela
En las ciudades se nota la primavera por los escaparates y las ganas que tenemos todos de quitarnos los abrigos. Pero no hay mariposas,y flores las de las floristerías. Siempre queda la opción de escapar el fin de semana a lugares sin casas, sin coches, sin carteles publicitarios.
Bellísimo relato primaveral. Salud♥s
Que bien lo has descrito, parece como si lo viera.
Te felicito, está muy bien escrito.
Saludos.
He descubieto tu blog y lo viitaré con frecuencia. Un saludo desde nuestra querida Soria.
Muy cierta la afirmación de que apenas nos enteramos de los cambios de estación, se confunden entre ellas y lo mismo llueve en verano que hace calor en invierno. Lindo relato. Un abrazo
Javi... que lindo y fresco relato. Me hiciste recordar los cuentos de pequeña...!! si hasta me "llevaste" bajo las higueras!!
Hermoso, hermosísimo!!
un abrazo primaveral, desde mi otoño...
Ali
Qué lindo relato!!, me imaginaba todo en escenas, en imágenes donde reinaban los colores primaverales.
Te dejo un fuerte abrazo!
javier
PASA POR MI BLOG QUE TE DEJE UN MIMITO PARA TU ALMA............
BESITOS
Nos encanta posarnos en tu blog, como a la mariposa de la ilustración.
Precioso.
Aleteos!
Publicar un comentario