jueves, 24 de enero de 2008

Yurián


Yurián había nacido en Cuba. Hay muchas cosas que en la vida no se pueden elegir y algunas de ellas son el lugar donde naces y tu nombre.
Su tez era oscura, como la de muchos cubanos. Era joven. No había cumplido todavía los 18 y conocía muy pocos lugares más que su propio pueblo. Recuerda que una vez fue a la Habana, con su padre, montado en un camión desvencijado por esa carretera llena de baches, seguía recordando su olor. La Habana huele de manera especial, indescriptible, entre petróleo y salitre. Al principio te molesta, después te acabas acostumbrando. También recordaba como sus compatriotas se hacinaban en los camellos, esa especie de camiones que se utilizan como transporte público, los turistas no, siempre viajan o en taxi o en autobuses con su buen aire acondicionado, si hace falta. Y recordaba poco más. Hacía ya de eso más de cinco años.
Su vida era rutinaria. Cada día después de levantarse recorría esas dos calles sin asfaltar que le conducían a su currelo, una fábrica de tabaco. Era la única que había en la localidad y allí elaboraban esos puros habanos que dicen que son tan buenos y tan caros, con lo que se paga por uno de ellos él tendría para comer varios días.
Hoy no estaba de muy buen humor, había dormido poco y mal y al llegar a la fábrica sabía que le esperaba una jornada dura, muy dura. Allí estaba su sitio, una especie de pupitre. Ya le habían distribuido las hojas, muy finas y con ese aroma especial. Cada puro lo hacía ya de forma mecánica, por aquí junto, por allí enrollo y al final corto. Era lo más parecido a una máquina, pero humana.
Aquella mañana el lector, esa persona de más edad, con sus gafas caídas sobre la nariz, les leía en voz alta un periódico. Creo que hoy era el Granma. Mañana le tocaría el turno a Juventud Rebelde o a cualquier novela. El silencio lo presidia todo y su voz resalataba pausadamente en toda la estacia.
A media mañana llegó un autobús de turistas. Cada día llegaba a la misma hora. Cada día eran personas diferentes, que con cara de asombro venían a visitar la fábrica. Iban camino de Pinar del Río, la zona oeste de la isla donde se puede disfrutar de unos paisajes irrepetibles.
Todos les sonreían, y continuaban con su trabajo. Les habían dicho que a los turistas había que sonreírles y ponerles cara de satisfación y alegría. Estaba harto. Cada día lo mismo. Al levantar la vista, en la pared de enfrente con letras rojas y con reborde negro leía la misma frase una y otra vez: Traigo en el corazón la doctrina del maestro. Seguimos en combate. En el fondo, en una pared que se empezaba a desconchar, Vivimos con tu ejemplo, al lado de una ilustración del Che.

Cuando la monotonía se adueñaba de él trataba de imaginar a dónde y quién se fumaría esos purillos que él elaboraba. Su imaginación no tenía los suficientes recursos. Para él el mundo era aquello.
Acabó su larga jornada de curro. No cenó mucho. No había mucho que cenar. Se fue a la cosquera y soñó. Por primera vez vio como uno de sus puros, un Montecristo, se lo estaba fumando un señor gordo, con bigote. Daba fuertes caladas y dejaba escapar unas volutas de humo por toda la estancia. Llevaba camisa de manga corta con una corbata de colores chillones. Hablaba por teléfono con alguien. No entendía muy bien lo que decía. Tenía los pies recostados sobre la mesa y a su lado un gran fajo de billetes de color indefinido. Mucho dinero. Muchísimo. En ese momento se despertó y recordó otra frase de José Martí, escrita en otra de las paredes de la fábrica, Si se nace pobre, si se es honrado, no habrá tiempo para ser rico. Ni siquiera pensó en su significado, se dio media vuelta y volvió a dormirse.

3 comentarios:

Ligia dijo...

Un relato muy crudo que refleja bien la vida de los obreros. Lo que me pareció curioso es lo del encargado de leerles el periódico. Eso no lo había oído nunca. Un saludo. Ligia

Javier dijo...

la verdad es que todo es autobiográfico pero como turista, aún me acuerdo de esos días que pasé por allí. Cuba es diferente.
Saludos
javier

lágrima de esperanza dijo...

Una triste realidad javier,personas q conozcon han ido allí y no han venido indiferentes. Un saludo